Antetodo disculpas mil por este casi mes sin publicar, pero entre los cursos que imparto y los compromisos, apenas he tenido tiempo para pararme. Muchas días eran sólo 3 las horas que me permitía dormir y, en su amplia mayoría, fueron 4 las que podía parar, descansar y recuperar. De esto último más bien poco. Pero, como siempre, gracias a mis ángeles de la Guarda, he sobrevivido que no es poco.

Pues somos tres hermanas, yo la mediana. Sí, la incomprendida, independiente, y todos los tópicos que se nos supone, pero también, creo, la más competente para que según menesteres. Y, entre ellos, el de liarme la capa y decidir hacer la tarta para la boda de mi hermana pequeña, Belén, y el candy bar. Todo esto, porque yo lo decido y plín.

Lo cierto es que el candy bar ya lo tenía más o menos resuelto unos días antes, pero la osadía de la tarta, fue cuestión de sólo dos días antes. Es más, les comenté a Marcos y Belén que les iba a hacer algo, que si no quedaba bien no la llevaba, pero que quería que la vieran antes por si ellos también decidían que «gracias, pero no».

Recién terminado el curso que estaba impartiendo en Coruña un miércoles de noche, la boda era el sábado siguiente, tenía poco tiempo para decidir qué hacer ya que el viernes tenía que hacer mil cosas, entre ellas ir con la novia a recoger su traje y el de los chicos. Resumiendo, todo se tenía que hacer el jueves. Para colmo éste se lió y sólo tuve la noche del jueves al viernes. Sigo resumiendo: me quedé hasta las 5 de la mañana desde las 00:00 (antes imposible) para hacer los cake balls y la «tarta ensayo». A las 05:40 me metía en cama y a las 07:15 sonaba el despertador para empezar un viernes frenético.

Tenía en mente hacer la clásica Red Velvet Cake con un CheeseFrosting, pero la receta de este último me resultó tan empalagosa, que a las 3 de la mañana tuve que pensar un plan B. Tenía algo de fondant……nunca había hecho una tarta de fondant, sólo algún detalle de adorno. Así que me volví a liar la capa y me vino la cuasiinspiración para terminar aquel Red Velvet Cake (Bizcocho de Terciopelo Rojo) con el mismo. «Berta»-me decía. «Es un ensayo. Si a los novios no les gusta, pues no se pone y listo»…..pero es que los novios no la vieron. Bueno, miento, Marcos sí la vió el mismo sábado por la mañana cuando acerqué todo a la Quinta da Auga. Él dió el OK y a mi me valió, pero confieso que hubiera querido que Belén la supervisara también. La opinión de las mujeres en este tipo de eventos es casi la que manda y las mujeres Castro somos muy perfeccionistas.

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Teñir el fondant, estirarlo sin que se rompa (imposible el mío), hacer bolitas, coger la caja de los cortadores y elegir cuáles sí y cuáles no en función de la cantidad de masa dulce. Poco a poco aquello empezaba a tomar forma, y cada corazón que ponía, me pedía más y más pero el fondant era menos y menos. Hubo que empezar a las 5 a decidir rehacer algunas cosas para que llegara, a volver a teñir y que quedara del mismo tono. A esa altura mis manos eran rosas, rojas, moradas. Casi pensé que no podría dar la mano a nadie ni apoyarlas en la mesa porque sería una vergüenza, pero el peeling de sal gorda que me hice al finalizar y mucha aire de piedra pómez me las puso casi de su tono habitual.

La consigna era «la cortáis, pero no se come»…..vaya perogrullo!. Tiene una explicación. A ver, las recetas extranjeras y sobretodo de dulce, pueden resultar o poco golosas o demasiado empalagosas y, ni yo estaba segura del grupo al que ésta pertenecía. Como los invitados tenían su postre, la presentación de la «tarta ensayo» era un mero protocolo, sobretodo para poner encima la figurita de novios (desconocidos para mi). Mi única duda era saber si las piezas elegidas serían demasiado grandes y pesadas para mi «tarta ensayo». Los novios me decían «tú tranquila. No pesan nada». Viendo las fotos ya os imagináis que razón no les faltaba.

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Llegó el momento. Salió la tarta. Me levanté. Sólo quería ver la cara de la novia. Creo que le gustó. Su mirada se dirigió hacia mi y sus «gracias» se percibieron fácilmente. Llevaba su color favorito y color de la boda: el moradito, malva o ese color de Belén. No sé por qué pero enseguida me preguntaron si la había hecho yo….lo que yo me imaginaba y eso que el costillo me tomaba por una exagerada. «Ya tengo una imagen creada y no la puedo echar a perder por la «tarta ensayo» de mi hermana, jaja».

Lo mejor vino al día siguiente cuando los novios vinieron a casa y decidieron probarla. Tanto les gustó que se la tuve que envolver y partió hacia la casa paterna del novio en Vigo. Personas agradecidas con el dulce. Mucho más que yo, que ya es difícil. Así que ahora tengo un club de fans mucho más amplio que se ha prestado voluntario a catas posteriores. Muchas gracias a los Castro Fernández de Vigo, y a los Castro Fernández de Santiago y Madrid (curiosamente, y es una de las muchas casualidades que rodea a esta pareja, los novios se apellidan igual. Tal vez por eso se encontraron.) y a los Fernández Morón y a todos los presentes.

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Esta es la historia de la «tarta ensayo» que ha gustado tanto y, será por su simplicidad, que hasta me han salido encargas, jaja.

Próximamente, el candy bar.